Pocas veces un evento ha sido tan difundido como la visita que hace unos días hiciera el Presidente de la nación más poderosa a nuestro país. Pero hoy como siempre, acudimos a los grandiosos logros de “la magia de la televisión” o más bien atestiguamos lo bien que han aprendido a cumplir con su encomienda los lacayos del poder, los serviles que se apoltronan en su nido de ignominia para hacer lo único que saben muy bien: cumplir.
Estremece el hecho de saber que ante el poder no valen los derechos humanos, como la libre circulación de las personas que por desgracia viven o trabajan en lugares cercanos a la llamada zona cero, que igual que ellos, a usted o a mí o a cualquier otro ciudadano común y corriente, nos impedirían acercarnos tranquilamente a nuestro hogar o trabajo, sólo porque hay que garantizar la seguridad de alguien muy importante, mucho más importante que nosotros.
Y es que ante esto, lo único que importa es la seguridad de un mortal como usted, como yo, como el campesino que bien podría sostener a su familia durante varios años con las cantidades para él inimaginables, que se gastan en estos “llamativos y trascendentes eventos”, cantidades que servirían para apoyar realmente al campo, la vivienda, los salarios, etc.
Pero ¿por qué ese despliegue de seguridad?, ¿cuál es el temor?, si el ciudadano común no es un asesino, si el pueblo no roba a un presidente, si quien nada debe y nada tiene, puede andar sin preocupación por donde le plazca. El hecho es que tal muestra de poder y de intimidación es porque cuando un país se ha caracterizado por sus afanes de engullir al planeta, de adueñarse de él, de sentirse el amo del universo, a través de invasiones territoriales sin razón o con razones falsamente maquinadas, apoyadas en el uso de la fuerza y el poderío militar, no le queda más que sentirse por todos odiado y su esquizofrenia le obliga a creer que debe cuidarse de todos.
Pero volviendo a nuestros conciudadanos, los que aquí también son omnipotentes, los intocables, los que dictan cómo debe ser el rumbo de nuestra existencia; causa risa, pero sobre todo “digna rabia” como la llama el compañero Salom, escuchar que quienes representan al pueblo llaman a su dios: excelentísimo señor y le hacen reverencias, le agradecen de rodillas que se digne visitarnos, le aseguran la sumisión de nuestro pobre país.
Esta escena había sido dibujada desde hace algunos años por Gabino Palomares en su “maldición de la Malinche”, cuando decía:
Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero.
Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.
Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.
Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo….
Y es una pena, porque durante la conquista, nuestros hermanos no tenían la preparación y la visión que hoy tenemos y es comprensible que fueran engañados, pero perpetuar esa forma de proceder en este nuevo milenio, es imperdonable. Aún reconociendo que el capital rapaz que representan aquéllos, es capaz de infiltrar ideologías, creencias, conciencias, dignidades y de sesgarlas, modificarlas, corromperlas, prostituirlas.
Y les dicta que en el festín de los insaciables, sólo pueden estar unos cuántos elegidos, los que su dios ha tocado. Y obviamente, para rabia de los pobres maestros de México, no podía faltar en la elegante cena, la que se llama líder vitalicia, que con su gesto de agradecimiento, recuerda al espurio, que aún hay muchos favores pendientes de pago.
Y el humilde maestro, como usted, como yo, todavía se pregunta ¿hasta cuándo?
Por eso es que en mi círculo de algunos cercanos, después de indignarnos, hemos comentado y coincidido, seguramente como todos los maestros del país, que una educación liberadora como la de Paulo Freire es hoy urgente en nuestras aulas. Porque sólo ella será capaz de erradicar la formación para el servilismo y la mano de obra barata que hoy se fomenta en las escuelas y de formar al nuevo ciudadano, más sensible ante la necesidad de los demás, forjado en la práctica de los valores, pero sobre todo, con habilidad para el pensamiento crítico y para la participación en la toma de decisiones; asunto éste, que hemos venido viendo como una utopía desde hace muchos años.
Por eso, compañeros maestros del estado de Puebla y del país, además de invitarlos a fortalecer nuestro movimiento magisterial, los invitamos también a construir esa escuela que hace falta. De hacerlo, estaremos avanzando por el rumbo correcto y además, como dicen en mi pueblo, estaremos matando dos pájaros con la misma piedra: contribuiremos a mejorar la calidad educativa y lograremos que los padres de familia se unan a nuestras demandas.
Estremece el hecho de saber que ante el poder no valen los derechos humanos, como la libre circulación de las personas que por desgracia viven o trabajan en lugares cercanos a la llamada zona cero, que igual que ellos, a usted o a mí o a cualquier otro ciudadano común y corriente, nos impedirían acercarnos tranquilamente a nuestro hogar o trabajo, sólo porque hay que garantizar la seguridad de alguien muy importante, mucho más importante que nosotros.
Y es que ante esto, lo único que importa es la seguridad de un mortal como usted, como yo, como el campesino que bien podría sostener a su familia durante varios años con las cantidades para él inimaginables, que se gastan en estos “llamativos y trascendentes eventos”, cantidades que servirían para apoyar realmente al campo, la vivienda, los salarios, etc.
Pero ¿por qué ese despliegue de seguridad?, ¿cuál es el temor?, si el ciudadano común no es un asesino, si el pueblo no roba a un presidente, si quien nada debe y nada tiene, puede andar sin preocupación por donde le plazca. El hecho es que tal muestra de poder y de intimidación es porque cuando un país se ha caracterizado por sus afanes de engullir al planeta, de adueñarse de él, de sentirse el amo del universo, a través de invasiones territoriales sin razón o con razones falsamente maquinadas, apoyadas en el uso de la fuerza y el poderío militar, no le queda más que sentirse por todos odiado y su esquizofrenia le obliga a creer que debe cuidarse de todos.
Pero volviendo a nuestros conciudadanos, los que aquí también son omnipotentes, los intocables, los que dictan cómo debe ser el rumbo de nuestra existencia; causa risa, pero sobre todo “digna rabia” como la llama el compañero Salom, escuchar que quienes representan al pueblo llaman a su dios: excelentísimo señor y le hacen reverencias, le agradecen de rodillas que se digne visitarnos, le aseguran la sumisión de nuestro pobre país.
Esta escena había sido dibujada desde hace algunos años por Gabino Palomares en su “maldición de la Malinche”, cuando decía:
Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero.
Hoy en pleno siglo XX
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos.
Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra.
Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo….
Y es una pena, porque durante la conquista, nuestros hermanos no tenían la preparación y la visión que hoy tenemos y es comprensible que fueran engañados, pero perpetuar esa forma de proceder en este nuevo milenio, es imperdonable. Aún reconociendo que el capital rapaz que representan aquéllos, es capaz de infiltrar ideologías, creencias, conciencias, dignidades y de sesgarlas, modificarlas, corromperlas, prostituirlas.
Y les dicta que en el festín de los insaciables, sólo pueden estar unos cuántos elegidos, los que su dios ha tocado. Y obviamente, para rabia de los pobres maestros de México, no podía faltar en la elegante cena, la que se llama líder vitalicia, que con su gesto de agradecimiento, recuerda al espurio, que aún hay muchos favores pendientes de pago.
Y el humilde maestro, como usted, como yo, todavía se pregunta ¿hasta cuándo?
Por eso es que en mi círculo de algunos cercanos, después de indignarnos, hemos comentado y coincidido, seguramente como todos los maestros del país, que una educación liberadora como la de Paulo Freire es hoy urgente en nuestras aulas. Porque sólo ella será capaz de erradicar la formación para el servilismo y la mano de obra barata que hoy se fomenta en las escuelas y de formar al nuevo ciudadano, más sensible ante la necesidad de los demás, forjado en la práctica de los valores, pero sobre todo, con habilidad para el pensamiento crítico y para la participación en la toma de decisiones; asunto éste, que hemos venido viendo como una utopía desde hace muchos años.
Por eso, compañeros maestros del estado de Puebla y del país, además de invitarlos a fortalecer nuestro movimiento magisterial, los invitamos también a construir esa escuela que hace falta. De hacerlo, estaremos avanzando por el rumbo correcto y además, como dicen en mi pueblo, estaremos matando dos pájaros con la misma piedra: contribuiremos a mejorar la calidad educativa y lograremos que los padres de familia se unan a nuestras demandas.
EN LA EXIGENCIA POR EL CUMPLIMIENTO A NUESTRAS DEMANDAS
¡¡¡NI UN PASO ATRÁS!!!
¡¡¡NI UN PASO ATRÁS!!!