Daniel Martínez C.
Rebelión
“En cuanto a establecimientos particulares de enseñanza que imparten la educación pagada, el Gobierno de la Unidad Popular también garantizará el respeto y cumplimiento de las normas constitucionales y legales, pero deben integrarse al sistema nacional de educación. No creemos que deba aceptarse que la educación sea considerada un negocio, y por lo tanto, velaremos para controlar los cobros que allí se hacen y para que, al mismo tiempo, la educación pagada no represente una segregación, desde el punto de vista cultural, para los niños de Chile”.
Salvador Allende, 1971
Este 11 de septiembre, mientras la morbosidad mediática del mundo se dirigirá hacia Nueva York y la Casa Blanca, en Chile una mayoría cada vez menos silenciosa mirará hacia su corazón y su historia para recordar un nuevo aniversario del Golpe de Estado, el 38 para ser exactos.
En una ocasión, después de una de sus derrotas electorales, el Dr. Salvador Allende reiteró su decisión a seguir compitiendo y comentó algo sarcástico, “Cuando me muera, me ponen en mi tumba: Aquí yace Salvador Allende, candidato a presidente de la República”. En estos días, en medio de una gran discreción familiar, el ex Presidente fue enterrado por tercera vez y espero que sus huesos -llevados y traídos por la geografía chilena- terminen por descansar en paz, cualquiera sea la lápida que se les ponga.
También en estos mismos días, previos a la conmemoración, han entrado con paso fuerte a La Moneda un grupo de dirigentes estudiantiles que nacieron después de la muerte de Allende, pero que han actuado, con diversos grados de claridad, levantando reivindicaciones sobre la educación que cualquiera que se de el trabajo puede encontrar en el programa de la Unidad Popular.
¿Para qué tanto sacrificio si lo que nos dan no satisface mis aspiraciones?
Según los estándares internacionales, Chile tiene elevados índices de educación cuantitativa y cualitativa y ofrece mayores expectativas de escolaridad que otros países similares. ¿Por qué entonces -a pesar de estos avances- la educación se ha convertido en una de las principales fuentes de malestar?
Un indicio interesante es que las estadísticas de 1973 demuestran que la educación comenzaba su transformación desde un sistema de minorías a uno de masas. Sin embargo, pese a los marcados intereses populares del gobierno la enseñanza media apenas atendía a la mitad, o menos, de los adolescentes.
Hoy, a casi cuatro décadas, mal o bien los recibe a todos. El fenómeno de participación masiva de aquellos años también entró a las aulas y la educación se vistió de pueblo. En ese momento el criterio básico era educar a toda la sociedad y, por su medio, dar inicio a una transformación que en dos décadas daría satisfacción progresiva a un conjunto de expectativas.
Pocos pensaban en ese tiempo en el prestigio de ser profesional y en los elevados ingresos que una carrera podía dar. Se entendía la Educación como un derecho de todos en beneficio de una Nación que se rehacía a si misma.
El Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 arrasó con esas esperanzas y a gran velocidad imprimió a la Educación una mentalidad mercantil, arribista y llenó el discurso de conceptos elitistas como eficiencia, calidad, eficacia, elevado nivel cuantitativo, etc. Todos ellos acordes con el modelo dictatorial impuesto por Pinochet y sus asesores neoliberales. La Educación pasó de ser un derecho a convertirse en un bien de consumo de alto precio.
Las tímidas reformas que introdujeron cuatro gobiernos de la Concertación fueron a todas luces insuficientes y el modelo conservó su carácter privatizador y elitista. Aún y así la educación ya se venía convirtiendo en un fenómeno de masas y a los déficits de pobreza y marginación que dejó de herencia la Dictadura se sumaba la frustración de las generaciones que venían creciendo. De allí que con el retorno de la democracia un camino evidente para salir de esa frustración generacional y de clase fuera encontrar en la aulas una satisfacción a las expectativas sociales.
La insurrección estudiantil que se vino incubando durante los años de la Concertación se explica –entre otras cosas- porque cada vez más familias y estudiantes constataban que no sería esa educación ni esa Universidad la que daría satisfacción a sus expectativas laborales y de restitución social. Ya sea porque lo que se recibía como un bien no se correspondía con lo esperado, ya sea porque la “calidad” de la formación recibida no garantizaba la satisfacción de las aspiraciones incubadas y padres de familia y educandos se sintieron engañados.
El llamado retorno de la democracia sin duda cubrió los aspectos más importantes, sin embargo la educación no fue una prioridad por lo que muchos factores que provocan malestar social entre la ciudadanía, se desplazaron hacia la calidad de la Educación. Así las nuevas generaciones focalizaron en la escuela y la universidad la causa fundamental de su desencanto y el de sus padres. La calidad de la educación se convirtió así en catalizador de muchos malestares.
Aunque me mate estudiando siempre vamos a ser pobres
Destaca en este catálogo de injusticias y agravios el hecho de que el modelo educacional reproduce el elitismo clasista de la sociedad chilena. Los educandos van todos a la escuela, es cierto, pero cada uno en el barrio, la clase social, el círculo en que “le corresponde”. ¿Vives en el barrio alto? Pues allí estudias con los que te rodean. ¿Vives en una municipalidad de barrios marginales? Pues te vamos a dar educación, pero allí donde te corresponde, donde tus padres sobreviven en su pobreza.
Si en algún lugar se expresa con toda su crudeza el clasismo y el elitismo de la sociedad chilena es en la llamada educación municipalizada. Los que no pueden pagar tienen que aceptar a cambio de educación cuasi gratuita el relegamiento a su status. Si los padres pueden juntar un poco de dinero ya van a las escuelas con financiamiento compartido, y, obvio, aquellos que poseen ingresos elevados estudian en colegios particulares pagados pero que reciben subvenciones del Estado.
El sistema universitario nacional no es más que la reproducción elevada de las injusticias y las frustraciones mencionadas, donde no sólo falta la igualdad sino donde los que fueron excluidos históricamente son nuevamente enviados a formarse al final de la fila.
Siempre vamos a estar jodidos porque Chile es injusto
Según cifras dadas a conocer por la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, la desigualdad existente en el país, indican que el 10% de los hogares más ricos de Chile, posee un ingreso per cápita 78 veces superior al del 10% más pobre.
El descontento que existe actualmente en la sociedad chilena, ya sea porque el servicio del transporte público es caro y malo, los sueldos de los trabajadores son bajos, porque la educación pública no es de calidad, se explica porque la ciudadanía percibe esta gran inequidad existente. El patrimonio de las familias más ricas de Chile, suma unos 75.000 millones de dólares, cifra que supera largamente el Producto Interno Bruto de algunos países de América Latina.
Una eterna discusión consiste en si existe una relación directa entre crecimiento económico y una distribución del ingreso más justa. Los que se sentaron a negociar con estudiantes y profesores deben tener muy en cuenta que el primer escalón de esas diferencias comienza en la educación.
Por fortuna es evidente que los dirigentes estudiantiles sí lo aprendieron, porque las luchas de todos estos años han sido su mejor escuela. Tal vez sea indicio de que este aniversario de la muerte de Allende marca la reivindicación de sus principios
En una ocasión, después de una de sus derrotas electorales, el Dr. Salvador Allende reiteró su decisión a seguir compitiendo y comentó algo sarcástico, “Cuando me muera, me ponen en mi tumba: Aquí yace Salvador Allende, candidato a presidente de la República”. En estos días, en medio de una gran discreción familiar, el ex Presidente fue enterrado por tercera vez y espero que sus huesos -llevados y traídos por la geografía chilena- terminen por descansar en paz, cualquiera sea la lápida que se les ponga.
También en estos mismos días, previos a la conmemoración, han entrado con paso fuerte a La Moneda un grupo de dirigentes estudiantiles que nacieron después de la muerte de Allende, pero que han actuado, con diversos grados de claridad, levantando reivindicaciones sobre la educación que cualquiera que se de el trabajo puede encontrar en el programa de la Unidad Popular.
¿Para qué tanto sacrificio si lo que nos dan no satisface mis aspiraciones?
Según los estándares internacionales, Chile tiene elevados índices de educación cuantitativa y cualitativa y ofrece mayores expectativas de escolaridad que otros países similares. ¿Por qué entonces -a pesar de estos avances- la educación se ha convertido en una de las principales fuentes de malestar?
Un indicio interesante es que las estadísticas de 1973 demuestran que la educación comenzaba su transformación desde un sistema de minorías a uno de masas. Sin embargo, pese a los marcados intereses populares del gobierno la enseñanza media apenas atendía a la mitad, o menos, de los adolescentes.
Hoy, a casi cuatro décadas, mal o bien los recibe a todos. El fenómeno de participación masiva de aquellos años también entró a las aulas y la educación se vistió de pueblo. En ese momento el criterio básico era educar a toda la sociedad y, por su medio, dar inicio a una transformación que en dos décadas daría satisfacción progresiva a un conjunto de expectativas.
Pocos pensaban en ese tiempo en el prestigio de ser profesional y en los elevados ingresos que una carrera podía dar. Se entendía la Educación como un derecho de todos en beneficio de una Nación que se rehacía a si misma.
El Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 arrasó con esas esperanzas y a gran velocidad imprimió a la Educación una mentalidad mercantil, arribista y llenó el discurso de conceptos elitistas como eficiencia, calidad, eficacia, elevado nivel cuantitativo, etc. Todos ellos acordes con el modelo dictatorial impuesto por Pinochet y sus asesores neoliberales. La Educación pasó de ser un derecho a convertirse en un bien de consumo de alto precio.
Las tímidas reformas que introdujeron cuatro gobiernos de la Concertación fueron a todas luces insuficientes y el modelo conservó su carácter privatizador y elitista. Aún y así la educación ya se venía convirtiendo en un fenómeno de masas y a los déficits de pobreza y marginación que dejó de herencia la Dictadura se sumaba la frustración de las generaciones que venían creciendo. De allí que con el retorno de la democracia un camino evidente para salir de esa frustración generacional y de clase fuera encontrar en la aulas una satisfacción a las expectativas sociales.
La insurrección estudiantil que se vino incubando durante los años de la Concertación se explica –entre otras cosas- porque cada vez más familias y estudiantes constataban que no sería esa educación ni esa Universidad la que daría satisfacción a sus expectativas laborales y de restitución social. Ya sea porque lo que se recibía como un bien no se correspondía con lo esperado, ya sea porque la “calidad” de la formación recibida no garantizaba la satisfacción de las aspiraciones incubadas y padres de familia y educandos se sintieron engañados.
El llamado retorno de la democracia sin duda cubrió los aspectos más importantes, sin embargo la educación no fue una prioridad por lo que muchos factores que provocan malestar social entre la ciudadanía, se desplazaron hacia la calidad de la Educación. Así las nuevas generaciones focalizaron en la escuela y la universidad la causa fundamental de su desencanto y el de sus padres. La calidad de la educación se convirtió así en catalizador de muchos malestares.
Aunque me mate estudiando siempre vamos a ser pobres
Destaca en este catálogo de injusticias y agravios el hecho de que el modelo educacional reproduce el elitismo clasista de la sociedad chilena. Los educandos van todos a la escuela, es cierto, pero cada uno en el barrio, la clase social, el círculo en que “le corresponde”. ¿Vives en el barrio alto? Pues allí estudias con los que te rodean. ¿Vives en una municipalidad de barrios marginales? Pues te vamos a dar educación, pero allí donde te corresponde, donde tus padres sobreviven en su pobreza.
Si en algún lugar se expresa con toda su crudeza el clasismo y el elitismo de la sociedad chilena es en la llamada educación municipalizada. Los que no pueden pagar tienen que aceptar a cambio de educación cuasi gratuita el relegamiento a su status. Si los padres pueden juntar un poco de dinero ya van a las escuelas con financiamiento compartido, y, obvio, aquellos que poseen ingresos elevados estudian en colegios particulares pagados pero que reciben subvenciones del Estado.
El sistema universitario nacional no es más que la reproducción elevada de las injusticias y las frustraciones mencionadas, donde no sólo falta la igualdad sino donde los que fueron excluidos históricamente son nuevamente enviados a formarse al final de la fila.
Siempre vamos a estar jodidos porque Chile es injusto
Según cifras dadas a conocer por la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, la desigualdad existente en el país, indican que el 10% de los hogares más ricos de Chile, posee un ingreso per cápita 78 veces superior al del 10% más pobre.
El descontento que existe actualmente en la sociedad chilena, ya sea porque el servicio del transporte público es caro y malo, los sueldos de los trabajadores son bajos, porque la educación pública no es de calidad, se explica porque la ciudadanía percibe esta gran inequidad existente. El patrimonio de las familias más ricas de Chile, suma unos 75.000 millones de dólares, cifra que supera largamente el Producto Interno Bruto de algunos países de América Latina.
Una eterna discusión consiste en si existe una relación directa entre crecimiento económico y una distribución del ingreso más justa. Los que se sentaron a negociar con estudiantes y profesores deben tener muy en cuenta que el primer escalón de esas diferencias comienza en la educación.
Por fortuna es evidente que los dirigentes estudiantiles sí lo aprendieron, porque las luchas de todos estos años han sido su mejor escuela. Tal vez sea indicio de que este aniversario de la muerte de Allende marca la reivindicación de sus principios