Hermann Bellinghausen
Es por demás sugerente, aunque no excepcional, que
el nuevo gobierno mexicano, que se autocaracteriza con insistencia como
renovador, transformador y purificador, proponga un catecismo moral redactado
en 1944 por el Eminente Escritor Nacional Alfonso Reyes, por encargo de otro
escritor, secretario de Educación (¿recuerdan aquella de Salvador Novo ante la
ambiciosa campaña de alfabetización de ministro Jaime Torres Bodet?:
"Exclamó la comunitat / al escuchar la novedat / ¿Dejar de ser analfabet /
para leer a Torres Bodet? / ¡Qué atrocitat!").
Para dicha campaña, el secretario Torres Bodet
encargó a su maestro Reyes una suerte de decálogo para fomentar las buenas
costumbres cívicas en la población mexicana. Resultó dodecálogo, y a la mera
hora no se difundió como era la idea. El autor lo publicaría por su lado ocho
años después, quedando incorporado al inmenso corpus de nuestro polígrafo
mayor, a la sombra de sus grandes textos, y a la postre sepultado bajo los
ventitantos tomos de la Obras completas más famosamente monolíticas de la
literatura nacional, donde yacen también algunas de las mejores páginas de
prosa en lengua castellana pero hay que ser un asiduo explorador para dar con
ellas.
Tras aparecer en algunas antologías, la Cartilla
moral, fiel a su origen, resucitó en 1989 de la mano del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) dirigido por Luis Donaldo Colosio. Apenas iniciado el
sexenio salinista, la Comisión Nacional de Ideología, presidida por el ex
gobernador de Tabasco Enrique González Pedrero, publicó 5 mil ejemplares de la
Cartilla, complementada con otros dos cuadernos digamos patrióticos de Reyes:
La x en la frente y Nuestra lengua. Aquel gobierno, llegado a la mala mediante
un fraude escandaloso y necesitado de legitimidad, recurrió al expediente Reyes
para darse baños de pureza ante sus propios cuadros y educarlos en un sano
civismo de honradez y amor a la patria. No existen indicios de que lograra su
cometido.
Cuando ese mismo gobierno se propuso tres años
después dar difusión masiva a la Cartilla, no concretó el proyecto. Ello a
pesar de contar con una nueva versión, algo rasurada para la ocasión por el
notable especialista José Luis Martínez, quien eliminó referencias abiertamente
cristianas, que dicen mucho de Reyes pero contradecían el ya centenario
laicismo estatal. Qué ironía: justamente cuando el gobierno salinista
eliminaba, entre otras cosas importantes, el sano laicismo del Estado mexicano.
Podían haberse ahorrado la molestia de editar a Reyes.
Ya en 1982 el gobierno de Miguel de la Madrid había
anunciado una "renovación moral" que no pasó de retórica y pronto fue
olvidada. Sin afinidades discursivas con la Cartilla de Reyes, aquella campaña
moralizadora le ahorró al escrito un nuevo fracaso panfletario.
La versión de Martínez (1992) sirve en 2019 para
resucitar el pedagógico panfleto, ahora sí a gran escala y en presentación
visualmente atractiva, acorde con los tiempos, cuando preferimos extractos,
recuadros y muñequitos a la letra desnuda que fuera el elemento natural de don
Alfonso. Ahora los colores no son los del PRI, sino el borgoña de Morena.
Extraña que no exista una versión azul. Los gobiernos panistas tuvieron 12 años
para acordarse de la Cartilla en su versión original (la que dice: "La moral
de todos los pueblos civilizados está contenida en el cristianismo").
Quizás ni la conocían, o les pareció innecesario hablar de moral cristiana, la
daban por descontada (en un caso típico de doble moral, mientras se daban a la
rapiña), siendo de lo único que el panismo ha vivido culturalmente. Sus
estadistas no lo hicieron tan cristianamente, salvo cuando se le arrodillaban
al papa para comulgar, o para recibir en la frente la bendición de Marcial
Maciel.
Extraño destino el de esta Cartilla que habla del
bien ser, el bien hablar y el bien obrar. Que pone claro qué es correcto y
civilizado según entendía los "valores universales" un criollo
mexicano nacido en 1889 ("decoro, aseo y prudencia"). El nuevo
gobierno de alternancia, en favor del pueblo bueno y en contra de la
corrupción, reivindica la Cartilla de don Alfonso como adelanto de una
anunciada "Constitución moral" que mueve a la duda: ¿de cuándo acá la
moral se legisla? Eso es nuevo. Y también peligroso.
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