sábado, 21 de marzo de 2015

Nuestro derecho a la palabra


La conexión Aristegui
Hugo Aboites *

Probablemente no lo sepan ni lo entiendan, pero con la decisión de expulsar a Carmen Aristegui del foro público, quienes lo urdieron han cometido un error fundamental para su propio interés en la estabilidad del Estado.

Se entiende bien que en la decisión de desalojo ni siquiera se pusieron a consideración cuestiones tales como garantías constitucionales, el derecho a la libertad de prensa o los derechos humanos más elementales. El despido es un hecho que responde simplemente al ejercicio más burdo del poder, la terminación fulminante con la ilusión de que ahí acaba todo. Lo que, sin embargo, no es comprensible es que no se tenga en cuenta cuál era el papel que Aristegui desempeñaba, cada día. Su foro era una de las más evidentes conexiones que en México existían entre dos mundos que ahora cada vez se apartan más, y que están creciente y violentamente confrontados: por una parte el mundo de los partidos, funcionarios gubernamentales, Ejército, presidente, Congreso, Estado, y, por otra, el mundo de la guardería ABC, los yaquis, los rarámuris, los zapatistas, las y los de Pasta de Conchos, de Paz con Justicia y Dignidad, el 132, los cientos de miles de maestros contra la reforma educativa, los 43 y los cientos de miles que los apoyan, los que crecientemente desprecian la lógica de corrupción y protección que despliega, impune hasta ahora, la clase política, la que agravia a todos, hasta a una madre extranjera como Maude Versini. Todos ellos y muchos más, que no cabrían en estas líneas, encontraron siempre la posibilidad de que a través de Aristegui los escuchara prácticamente toda la nación. Y eso sólo ya es importantísimo. Porque a todos los agraviados por lo menos les es claro que la injusticia no queda sin mencionarse, que hay un registro, una identidad de su dolor. Si llega a muchos, su tragedia adquiere una estatura, dignidad y credibilidad a la que nunca podrá aspirar en un diálogo a oscuras, fuera del conocimiento público, bajo presión, en alguna oficina de Estado.

Clausurar esta y otras conexiones entre dos mundos es un error terrible. Cercena de tajo la posibilidad de que el Estado vea los agravios desde una visión distinta a la que él mismo se construye de la realidad. Un foro donde las dinámicas del poder aparecían claramente; las preguntas eran un escrutinio de los rincones más oscuros, y donde también la voz del poder se media frente al reclamo. Un foro donde era frecuente la mirada académica y experta como garantía de un diálogo sin estridencias. Pero era un foro donde también los agraviados podían ver sus demandas en ese mismo contexto crítico e iluminador. Esto último, algo nada despreciable frente a la creciente tentación por el sectarismo que genera un ambiente donde no fluye la comunicación.

Si se ven las cosas desde esta perspectiva, la conexión Aristegui debería ser considerada valiosísima, como manifestación de un nivel más crítico en la interlocución Estado-sociedad. Es sólo la niebla del poder la que impide ver a este foro, hoy clausurado, en su dimensión más precisa. Cerrar este espacio –por otro lado– significa que ahora la desesperación será todavía más profunda, y que los impulsos más vengativos y destructivos ocuparán con mayor facilidad el lugar del diálogo y la escucha. Y el país acelerará su curso de desmoronamiento. Ya sin palabras, dejando que la acción exprese lo que ya no se permite que sea con las palabras, el surgimiento de legítimas protestas sin voz ni argumentos conspirará contra la propia capacidad para crear una alternativa mejor para el país. Se atribuye a Freud la frase de que la humanidad dio un salto civilizatorio cuando por primera vez un hombre le dijo a otro "te voy a matar", pero, precisamente porque lo dijo, ya no lo hizo. Si no se escucha, el valor de la palabra, tan exclusivamente humano, queda virtualmente borrado y cada vez que se cancela un espacio de voz libre ésta disminuye su fuerza civilizatoria. El Estado ahora nos regresa un poco y un mucho, al momento de la historia en que las palabras ya no importan, no tienen su significado de avenida para la paz, y con su ominosa ausencia presagian una tormenta sin voces, pero con mucha violencia.

El desmoronamiento del Estado, si se da en un contexto ausente de proyectos construidos a partir de un diálogo prolongado e incluyente, no nos promete un mejor futuro, sino el arranque de un periodo de enfrentamiento. Ya el clima actual refleja esa dinámica: la belicosidad gratuita, la confrontación ya no como exigencia de diálogo, sino como fin inmediato y en sí mismo, “pa’ que aprendan”; es decir, la filosofía de la narcoviolencia. La salida, sin embargo, sigue estando en la palabra, y en nuestra capacidad de recuperarla a fondo. Por eso, es importante que haya muchas voces, pero más importante aún que se confirme con hechos que todos, comenzando por Aristegui, tienen derecho a la palabra.

Al apoyar a la Universidad de la Ciudad, el GDF la honra y se honra a sí mismo

* Rector de la UACM



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